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Dic
23

DE LA LUCHA DE CLASES A LA LUCHA DE FRASES

Luis G. Sánchezcaballero Rigalt

«Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas».

Proverbio árabe

Se supone que los gobernantes necesitan tener una idea de lo que proponen hacer. La cual necesariamente debe ser racional, practicable y con fines que tengan como destinario el beneficio colectivo.

Lo que significa que no debería haber gestión política sin una idea de lo que se pretende hacer. Eso ha sido así desde los orígenes de la convivencia, sin embargo, hoy día se busca llenar-irónicamente- espacios con frases vacías y sin sentido y se prioriza la conveniencia de mentalizar a las masas apelando más a polarizar que a proponer,

Hoy en México en plena precampañas, sólo observamos descalificaciones entre las y los actores políticos, en una competencia por establecer quien dice la frase más desafortunada.

Dirigentes locales que promueven a titulares de órganos «autónomos» para tener operadores electorales a modo, mientras su líder quiere desparecer otros de la especie porque no sirven para nada, otros que se emberrinchan y rompen bloques de contención, mientras otros no saben hacía donde van y siguen acompañando al régimen respondiendo cada provocación sin darse cuenta que son oposición.

Sin duda, lo que estamos viendo en estos tiempos es que rompen cualquier estrategia de markenting político, ya que se supone que las promociones ayudan a incrementar la percepción positiva hacia una persona o partido político.

La clave debería estar en crear una estrategia creativa y efectiva para el electorado al que se dirige, pero sólo estamos escuchando lo mismo que desde hace 5 años se repite como mantra gubernamental de ida y vuelta.

El factor sorpresa es otro de los aspectos clave para enganchar al público objetivo y generar en él interés, La técnica de la promoción en teoría permite captar nuevos adeptos, fidelizar los que ya se tienen y mejorar la notoriedad, salvo una de las precandidatas nadie engancha, de resultar ganadora la hazaña será como aguantar casi un año sin caer en el escenario de la provocación que, desde ya, empezó en Palacio Nacional.

Otro tema fundamental -que por cierto los golpes bajos están conduciendo hacía allá-, es que la imagen es igual a la percepción y que con el tiempo se convierte en reputación, por lo que lograr un impacto positivo en la imagen política es determinante.

Sin embargo, sólo nos encontramos con que los políticos, todas y todos sin excepción, están llenos de lugares comunes; «van a acabar con la pobreza y la desigualdad, con la inseguridad con la corrupción», y una larga lista de etcéteras que siempre dicen y nunca ocurren.

Para los antiguos, los lugares comunes eran los argumentos empleados por los oradores para que todos pudieran coincidir en un punto y darle la razón. Con el tiempo, se volvieron tan habituales que fueron perdiendo su efecto y pasaron a convertirse más bien en frases hechas, en tópicos gastados.

Investigando al respecto, descubrí que esto ocurre porque hace falta utilizar más el sentido común en lugar de tratar de colocarse en una situación de reivindicación de las creencias y los deseos.

Sin embargo, todos los discursos que oímos cotidianamente el mensaje se limitan a conseguir del receptor una reacción básica que consiste en la aceptación pasiva del contenido de la comunicación sin que medie oposición crítica.

En la comunicación cotidiana, es muy frecuente usar lugares comunes. Un lugar común es un vicio del lenguaje que refleja pobreza de pensamiento, falta de criterio, poca capacidad de análisis y limitada contención receptiva. Es muy útil en el discurso demagógico, pues genera y se alimenta de una especie de retórica de la trivialidad.

Es posible advertir este fenómeno en el discurso político de aquellos que con frecuencia hacen uso de figuras retóricas para lograr convencer al destinatario que no obstante caer en lugares comunes, cautiva a receptores, aunque en el fondo no digan nada.

El lugar común transmite ideas gastadas, banaliza las referencias y eleva el grado de imprecisión y sobreentendido al que está expuesto todo mensaje lingüístico. Es un vicio que demuestra poca imaginación de quien lo emplea.

Por ello se recurre constantemente a los lugares comunes para confirmar en la realidad una idea creada falazmente en la mente del emisor.

Estamos en el peor de los momentos, vemos campañas anticipadas basadas en opiniones que se forman por la influencia más directa de quienes las repiten constantemente hasta llegar al extremo de la manipulación.

Desafortunadamente, las y los políticos han ido abandonando el discurso racional y el pensamiento analítico y han optado dirigirse a los votantes con mensajes simples y elementales que sólo transmiten seguridad y emoción para obtener votos, la tragedia es que ganan y no tienen la menor idea de cómo gobernar.

luis_sanchezcaballero_rigalt@pressingpolitico.com


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