Luis Sánchezcaballero Rigalt
«La mayor parte de los hombres, falseando la verdad, quieren aparentar ser mejores».
Esquilo
Esta semana en su incesante búsqueda de desterrar la corrupción y conseguir justicia, el primer mandatario de México acusó a María Amparo Casar, Presidenta de Mexicanos Contra la Corrupción, de presionar para «obtener indebidamente una pensión de 130 mil pesos mensuales».
Circunstancia que ocurrió hace 20 años, pero que después de publicar un libro donde revela probables actos de corrupción en el gobierno, sospechosamente se dieron cuenta del hecho que denuncian.
Para no variar, sin pruebas y con nada más que su dicho, la acusó de corrupta exhibiendo el expediente del asunto de marras violando una vez más la Ley.
En su afán de sostener su dicho, aseguró que Bernardo Batíz entonces Procurador de Justicia de la ciudad recibió la visita de la acusada para pedirle que modificara el acta de defunción para declarar suicidio. (Cosa extraña porque los forenses dependían del Tribunal Superior de Justicia).
Sin embargo, el exProcurador al ser cuestionado respecto al tópico respondió que: «No recuerdo esa reunión, pero pudo haber sido, no niego que haya podido ser», rematando con «Confío en que el licenciado López Obrador, como es su lema, no miente, no traiciona, no roba y estoy seguro de eso, lo conozco hace mucho, pudo haber sucedido como él relata».
En esas andábamos cuando el hombre que no miente nos sorprendió a todos con la frase más significativa de su mandato «No hay más violencia, hay más homicidios».
Evidentemente quiso disfrazar una verdad muy lamentable con una mentira aún más, lo que ocurre porque la mentira no solamente pasa por ver las cosas desde otra perspectiva, o decir algo opuestamente contrario a la realidad, implica también simular, intrigar o fingir.
Hay quienes lo hacen para salir de un apuro, otros para alardear algo que no son o para desacreditar a alguien con sus mentiras, también para ocultar una verdad que podría ocasionar reacciones de castigo, críticas o por miedo.
Existen personas que tienen a la mentira por costumbre, que han perfeccionado este hábito con mucha práctica, son conscientes de que cuantos menos detalles den mejor. Saben esconder el rostro para que no les delate y que una de sus principales aliadas es la ambigüedad. Entre ellos se pueden encontrar a muchos políticos.
La mentira es una palabra difícil de disociar del vocablo político, al parecer uno no vive sin la otra, para el filósofo colombiano Juan Samuel Santos [1], la definición tradicional de mentira (una persona le dice a otra algo falso con la intención de que esta última crea que lo que se le dice es verdadero) es insuficiente para comprender la mentira que suele tener lugar en el ámbito político.
Sostiene que esta clase de mentira no solo transmite creencias falsas, sino que fractura la confianza social y estropea la calidad de las discusiones sobre los problemas que afectan a la sociedad.
Por su parte Gustavo Gómez, también colombiano, señala que; «En política no solamente es relevante la capacidad para decir algo que es realmente cierto o falso, sino la capacidad de determinar la mejor manera para que lo cierto aparezca como cierto o para que la mentira opere como mentira, y también la capacidad para determinar las posibilidades interpretativas de la comunidad o comunidades con las que se interactúa».
En el caso del que nos ocupa, lamento contradecir al señor Batíz, ejemplos sobran; la crisis económica, la falta de empleo, la fallida estrategia ante el COVID 19, la aparición de evidencias de corrupción en su propio gobierno ha dejado vulnerable al primer mandatario.
Quien, ante la falta de respuestas, sigue echando mano de la imaginación, utilizando la negación y la mentira como método para enfrentar tan graves incidentes, dejando al descubierto que la honestidad y la verdad, que, aunque encabezan la escala axiológica tradicional –al menos en los discursos- en los hechos carecen de funcionalidad.
Durante casi 6 eternos años nos hemos topado con discursos oficiales que priorizan lo superfluo –rifar un avión- y niegan lo importante -casi un millón de muertos por la pandemia, cero crecimientos, desempleo, aumento de la delincuencia organizada-
Ante el proceso electoral se han incrementado los distractores y las mentiras, sin embargo el régimen debe entender que la pérdida de confianza y de credibilidad en los gobernantes es una consecuencia lógica de la incoherencia habitual de un maniqueísmo recalcitrante que sólo pone las cosas en blanco o negro.
Este gobierno sigue confiando en un desgastado estilo de retórica, demerita el hecho que los ciudadanos ya llegaron a no creer en sus discursos, que ya se cansaron de ver cotidianamente que todo plan de gobierno carece de bases de sustentación que permita una exitosa puesta en práctica y que quien propusieron para ocupar la presidencia amenaza con darle continuidad si gana.
Por eso su principal arma es la negación como mecanismo de defensa para enfrentarse a los conflictos como si no existieran, todo hecho contrario a la realidad que han creado es un montaje. Se rechazan aquellos aspectos de la realidad que se consideran desagradables
La negación como política de Estado, precipita un clima creciente de indignación, afirmaron que se domó la pandemia y niegan la existencia de corrupción exigiendo pruebas, cuando se evidencian porqué existen, por lo que piensan que haciendo parecer más corruptos a los rivales creen que ellos ya no lo son.
A unos meses de entregar (o no) el gobierno, estamos ante una situación muy grave de espiral de violencia y ataques a los opositores, circunstancias que comprometen aún más nuestra incipiente democracia y debilitan nuestras instituciones. Muchos dirán que todos los políticos mienten, pero no todos presumen de una honestidad valiente.
[1] J. S. Santos Castro, “Políticos mentirosos y tramposos democráticos: ¿es la mentira política diferente de otras clases de mentiras?”, en Universitas Philosophica, 36(72), 2019.